martes, 11 de abril de 2017

Ey, que hace poco descubrí a una mujer que no sabría decirte lo que es. Para mí que era medio-bosque, medio-selva, algo tenía que ser. Tenía una mirada salvaje que te dejaba sin ganas de cerrar los ojos, parecían verse en su pupila los atardeceres en el Congo o los bosques frondosos del sudeste asiático. Vestía con una túnica casi trasparente que dejaba al descubierto plenamente su cuerpo, su desnudo era maravilloso. Lucía unos senos color café con forma de naranja y su vello negro azabache destacaba entre sus piernas. La sensualidad era la menor de sus virtudes. Empezó a caminar hacía mí clavándome su insinuante mirada sin dejarme parpadear durante unos minutos. Tardé en darme cuenta de que estaba delante mío mirándome y noté como mi sudor caía sobre mis mejillas. De repente sentí como un calor abrasante me invadía todo el cuerpo y como una sensación escalofriante me acariciaba la piel. Ella seguía delante mío, esta vez decidió sonreírme y guardé para mí mismo aquella sonrisa tan impecable con esos dientes amarillos. Cuando me quise dar cuenta, ella ya no estaba. Había desaparecido.
Nunca más he vuelto a ver a la mujer-bosque.